Lo que se observa en esos listados, son nombres de jóvenes con apellidos
vinculados con las élites del poder político. Se trata de familiares de
personajes que han brillado en la vida política nacional como gobernadores,
senadores, diputados o altos dirigentes partidistas.
Por supuesto que nadie cuestiona su derecho
de convertirse en legisladores. Tampoco se les responsabiliza de alguna
deuda con la juventud ni mucho menos que las circunstancias los hayan colocado
en los umbrales del privilegio y el confort gratuito.
El problema va más allá de lo personal y de lo particular.
El problema llega directamente a los partidos políticos. Si estos
institutos no impulsan a jóvenes merecedores de reconocimiento por su esfuerzo
y conocimientos, no podrán oxigenar sus estructuras ni renovar sus cuadros,
quedando reducidos a solo agrupaciones políticas de la gerontocracia.
Sin jóvenes legisladores con una idea clara de la realidad social, no habrá
propuestas con alcances reales para la juventud. Sin jóvenes destacados en la tribuna, lo que
se escuche seguirán siendo gritos estentóreos en medio de la plaza.
Pero aún así, los jóvenes que por primera vez participarán como candidatos
a los cargos federales de elección popular, son una preocupante minoría. La
disputa se da entre los políticos que, en lugar de observar por el transparente
y limpio cristal a las nuevas generaciones; no han apartado sus necios ojos del
espejo de sus egoísmos.
Este asunto no es privativo de un solo instituto político. Esto es un
problema de todos los partidos: es una práctica de la burocracia política que
está generando frustración y desilusión en la muchachada. Sabemos hacia dónde
se están yendo. Sabemos quienes se los están llevando. Si no hay una pronta
atención, la trascendencia a lo social puede derivar en una rebelión juvenil de
incalculables consecuencias.
Desde hace más 35 años, no ha habido un presidente de la República que haya
aportado una lección diáfana y evidente en cuestión de proyectos para jóvenes.
Desde entonces, en la sociedad se siente una especie de vacío cuyas autoridades
tratan de colmar con discursos de palabras vanas.
Es inocultable que en el seno familiar, en la universidad y en la calle,
los jóvenes se sienten incomprendidos. En medio de los adelantos de la
tecnología en materia de comunicaciones, la comunicación humana se está
perdiendo a pasos agigantados. Y nadie hace nada.
El último mandatario que impulsó a jóvenes de todo el país fue el
presidente Luís Echeverría Álvarez (1970-1976). Los mandó a estudiar al
extranjero, los proyectó y les dio poder.
Echeverría otorgó a jóvenes destacados diputaciones, senadurías,
gubernaturas y muchas posiciones dentro de su gabinete. Gozaron de trato
preferencial y respeto.
Para que los jóvenes se prepararan políticamente creó el Movimiento
Nacional para las Juventudes Revolucionarias. Desde ahí se impulsaban a los nuevos
prospectos para ocupar cargos en los ámbitos municipales, estatales o federal.
Don Luís apoyó a universitarios como Porfirio Muñoz Ledo, Juan José Bremer,
José Andrés de Oteysa y muchos otros. Les abrió las puertas de las
instituciones. Fomentó los Intercambios de proyectos juveniles con otros
países. En aquel sexenio se realizaron en nuestro país varios congresos
mundiales, con resultados de trascendencia para los nuevos cuadros.
Otros que dan cuenta de las intenciones de Don Luís son: Beatriz Paredes,
Mariano Palacios, Carlos Armando Biebrich y Roberto Madrazo. Con muchos cargos
incluyendo el de Gobernador.
La gente vio bien que el Lic. Echeverría aplicara una regla que ahora sería
de oro. Quienes ocupaban cargos de gobernadores al final de su gestión tenían
que irse a su casa. Es decir, nada de suertes en el trapecio.
El ex presidente gustó del acercamiento con estudiantes de diferentes universidades
como la Nicolaita y la UNAM, donde, por cierto, fue apedreado por un joven. Nada
lo hizo ceder en sus intenciones de acercar jóvenes a los partidos políticos.
Sin embargo, algo pasó con aquellos jóvenes cuando llegaron al poder: se
perpetuaron en el mismo y se olvidaron de la formación de nuevos cuadros, tal como
en su momento Echeverría lo hizo con ellos.
Don Luís, cansado de esperar por años la visita de sus queridos muchachos,
ahora, sentado frente al jardín de su casa en Cuernavaca, tranquilo espera el
último crepúsculo de una vida marcada por la matanza del 68 en Tlaltelolco
-aunque él se opuso ante su jefe Gustavo Díaz Ordaz de criminal decisión-, y
por las ingratitudes humanas.
alaraplatas@hotmail.com
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