martes, 26 de junio de 2012

BANDERAS DE PAZ Y TRIUNFO

Los plazos son para cumplirse y el de las campañas ya se cumplió.

El voto de la nación se depositará en las urnas que el próximo domingo se instalarán en todo el país. En la más cercana a su domicilio y con credencial en mano, todos podrán decidir el rumbo presidencial de México.
Si los resultados  de las encuestas en sus números han expresado la realidad, el ganador será Enrique Peña Nieto.

Lo que podría dar certeza a lo que nos digan las encuestadoras, es que en esta última medición si solo trabajaron para complacer al cliente pero difiriendo de la mayoría, se estarían jugando su futuro y su prestigio. Perderían toda credibilidad y todos los clientes.
De acuerdo a esos sondeos, en el segundo lugar quedaría consolidado Andrés Manuel López Obrador. Los esfuerzos del gobierno federal por colocar a Josefina Vázquez Mota en la segunda posición, se desvanecieron en el momento en que el banquete proselitista quedó reducido a un par de charalitos. La inhóspita confusión en la detención del supuesto Hijo del Chapo, puso al descubierto fallas colosales en el ámbito de la seguridad pública del gobierno calderonista.

Otra vez, a doña Jose la dejan con la sartén vacía y sin pescado para freír.
Para el cuarto sitio, con encuestas o sin ellas, cualquiera aseguraría que ahí estará Quadri; y que diga que le fue bien.

Lamentablemente se avizora un revitalizado fantasma que recorre las calles y carreteras del territorio nacional: el temor que el tabasqueño tome otra vez –como hace seis años-, el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México y las principales calles y plazas de las capitales de los estados, utilizando el distorsionado proyecto “Yo Soy 132”, donde se izarían las banderas ambarinas del fraude electoral, si las esperanzas resultan fallidas para el nacido en Macuspana.
Muchos admiran su vocación mesiánica. Pero los más temen al fantasma de su ego.

No es una absurda tempestad ni la resurrección de instintos salvajes, pero no pocos le apuestan a que el segundo día de julio, las chachalacas volverán a emprender el vuelo.
La mitomanía electoral golpearía la puerta de las instituciones electorales y, la metralla de las gargantas polarizadas, en tonos discordes reclamaría la falta de legitimidad del sufragio.

Alguien tendrá que hacer entrar en razón al recientemente converso al pacifismo eventual, que no deberá continuar ocupando un destino que lo ha mantenido atado al vituperio de la ambición.
Sin embargo, podría haber un detalle esperanzador: las huestes de Andrés Manuel no estarían dispuestas a pasarse otros seis años dentro de casas de campaña admirando sus propias sombras, en una lucha estéril que nada de provecho personal les dejaría.

Por eso podría suponerse que el Peje, ante las presiones de su propio equipo, se vea obligado a negociar posiciones en el gobierno entrante a cambio de bajar el volumen de la protesta post electoral.
Sería una decisión inteligente que hablaría bien del líder que sabría reconocer su probable derrota. Claro, a los priistas no les caería nada bien este tipo de convenios soterrados.

Cualquier actitud rijosa de AMLO después de los cómputos, cancelaría las posibilidades del propio Marcelo Ebrard si piensa construir algún proyecto de cara a la sucesión de 2018, excepto que piense afiliarse a otro partido que no fuera el del sol.
Es más, al interior del equipo cercano comentan que las presiones ya las tiene el tabasqueño. Cualquier protesta a partir del segundo día de julio, tendrá que sopesarla perfectamente. El control de daños podría ser negativo para él, para sus seguidores y para el partido que ahora lo cobija.

Si AMLO recogiera los ecos de las arengas y las descalificaciones de los últimos años, podría quedarse solo, caminando en círculos y abandonado a su suerte. En el PRD no todos son radicales. Los moderados, ante la intransigencia del político sureño, hasta podrían quitarle la franquicia del partido.
Otra cosa hubiera sido si se hubiera mantenido oculta la mano que mece la cuna del recién nacido Yo Soy 132.

De cualquier manera, el neo amoroso debe reflexionar que los ciudadanos no están obligados a pagar los pecados de políticos intransigentes en sus propósitos.
A fin de cuentas, perder también es democracia.

En estos días a nadie le gustaría estar en los zapatos del presidente Calderón.
Si su candidata no gana, estaría acumulando tres derrotas al hilo en el terreno electoral.

La primera, la de su hermana en Michoacán; la segunda, la derrota de Josefina; y la tercera, si su candidata llega a la meta en tercer lugar.
Y para colmo, el panismo tradicional tenía disfrutando el poder tan solo seis años y no doce. Los panistas de casta llegan al poder con Felipe Calderón y no con Fox.

Por cierto, en esta semana los indecisos de estados que estaban en rojo definieron su voto: se lo dieron a Enrique Peña Nieto.
Por ejemplo, en Veracruz la ventaja del priista es de 10 puntos. Los candidatos al senado también la libran con una diferencia de 2 dígitos. Y Los aspirantes a diputados federales podrán respirar relajadamente.

viernes, 22 de junio de 2012

ELLOS FUERON 1960

Aunque  el movimiento Yo Soy 132, perdió su pureza como manifestación espontanea de un grupo de jóvenes que exigían ser escuchados y tomados en cuenta, bien vale la pena retroceder  50 años en la historia de México y observar qué fue lo que pasó con los jóvenes de ese entonces.
En la década de 1960 empezó a perderse la vida rural al estilo tradicional. En las urbes, sobre todo en la creciente ciudad de México, cobraba fuerza la influencia de Estados Unidos. A finales de la década, la moda femenina importa la minifalda arriba de la rodilla y entallada. Los tacones eran altos y afilados y, en la playa, imperaban los bikinis.
Los hombres llevaban pantalones angostos y sin pliegue, de talle bajo, y sacos abiertos de uno o dos botones. Las corbatas se hicieron angostas y las hombreras dejaron de usarse. La Capital se había convertido en una ciudad cosmopolita y empezaban a concentrarse en ella los centros educativos, culturales y de recreación más importantes del país.
Sobrevino la época del amor libre y de los anticonceptivos: había llegado la revolución sexual.
El cambio social en la tradición de la familia mexicana también se reflejó en la personalidad del individuo. Los portavoces del cambio fueron los jóvenes y ese cambio también se dio en la literatura. En contacto con las clases sociales más desposeídas de Estados Unidos, los jóvenes querían escribir y a veces se movían en el mundo del hampa, con visitas a las cárceles y a los hospitales psiquiátricos.
Con tales vivencias, construyeron una literatura de características peculiares: percibían que la concepción del mundo estaba cambiando y, en consecuencia, las metas de la vida, los valores y las costumbres tradicionales ya no correspondían a la realidad.
Los jóvenes mexicanos, sobre todo los de la clase media, intentaron conservar lo que creían que era su patrimonio cultural. Asó, los escritores trataron de rescatar el lenguaje coloquial popular, en el que se expresaban las capas más bajas de la sociedad.
El intento cristalizó en algunas obras de trascendencia, surgidas en el contexto del fenómeno social de “la onda”. Era el tiempo del rock and roll y la marihuana, y los jóvenes buscaban “alivianarse” y “agarrar la onda”. Expresiones como “¡qué mala onda!”, “¡qué onda tan padre!” o “es un chavo de onda” constituían el léxico juvenil.
Por lo mismo, se llamó “literatura de la onda” a la producción de los escritores veinteañeros que brindaban a los lectores de su misma generación obras de lenguaje popular y otros símbolos accesibles con los cuales se identificaban. A la vez, nació un público lector.
Los jóvenes escritores de “la onda”, de vida temeraria y en muchas ocasiones difícil, construyeron mediante la “norteamericanización” y el delirio por el rock y la marihuana una escritura que perseguía la liberación; a través de la evasión y la sinrazón trataron de vislumbrar una sociedad distinta.
Acaso estuvieran equivocados, pero su obra evidenció la descomposición de una sociedad autoritaria y represora, en ocasiones hipócrita, ciega y sorda a las necesidades de la adolescencia. Por primera vez, los jóvenes tuvieron acceso a la palabra y se dejaron oír. El desafío fue tan grande que la sociedad se vio obligada a cambiar.
En aquella época, se publicó un libro que fue todo un escándalo nacional. El antropólogo estadounidense Oscar Lewis, en investigación de campo, convivió con una familia mexicana de escasos recursos que había dejado Tepoztlán, Morelos, para mejorar su condición económica; sus miembros, como tantos otros campesinos, habían emigrado a la Capital.
Ayudado por la clásica grabadora, Lewis reunió material informativo acerca de las actitudes, valores, intereses y modos de vida de los habitantes del capitalino barrio de Tepito. Integró la investigación en el libro Los hijos de Sánchez, que se convirtió en emblema de la “cultura de la pobreza”, en la cual se englobaba, según Lewis, la cultura mexicana.
La Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística manifestó su desacuerdo, pues consideraba que el libro distorsionaba la realidad nacional. Se planteó un juicio contra la obra, publicada por el Fondo de Cultura Económica.
En abril de 1965, la obra fue acusada de ser obscena y denigrante para la sociedad. Sin embargo, algunos intelectuales mexicanos defendieron la importancia del trabajo antropológico; eso aunado a la excelente comercialización del libro, lograron que la demanda fuera improcedente.
En esos años Gustavo Sainz publicó Gazapo , José Agustín De perfil, Eduardo Lizalde Cada cosa es Babel  y José Emilio Pacheco El reposo del fuego, obras todas de jóvenes visionarios, contestatarios, opuestos a la represión social, intelectual, espiritual o sexual.
José Agustín y Parménides García Saldaña, decidieron convivir muy de cerca con las clases marginadas de aquella época, para empaparse de aquellas vivencias que luego traspusieron a su literatura.
Habría que hallar semejanzas o discordancias.

miércoles, 13 de junio de 2012

EN LA RUTA DEL 2006

Andrés Manuel López Obrador llegó al segundo debate con una actitud demasiado cautelosa, muy cuidadoso de no lastimar a nadie con las palabras que en él regularmente son dardos verbales.

La audiencia, que en esta ocasión fue notoriamente mayor que la vez anterior, observó con claridad que AMLO no era el de siempre, que ahora se le veía fingido, con el rostro desencajado y hasta añoso.
Esa inesperada actitud del tabasqueño no obedecía a una mera actitud de convencimiento propio, ni porque de pronto se hubiese persuadido de que no debía arrojarle más leña al fuego. No. Lo que ocurrió fue otra cosa que lo dejó prácticamente inmovilizado frente al atril, en una posición poco cómoda y sin oportunidad para hacer lo que ha hecho toda su vida política: guerrear a sus anchas.

Lo que pasó fue que al menor asomo de agresión a sus compañeros de debate, hubiera recibido como respuesta una charola, no precisamente de plata, si no la que pasaron sus más cercanos colaboradores a un importante grupo de pudientes empresarios para que la llenaran con varios millones de dólares. Esa balconeada hubiera echado por tierra, ante los ojos del mundo, sus conceptos de honestidad, honradez y sus propuestas de anticorrupción.
Los tres se quedaron con las cartas y con las ganas de mandar al amoroso al tercer lugar, en un golpe que hubiera sido demoledor, letal. López obrador valoró el daño de los señalamientos que lo exhibirían y se auto forzó a aterciopelar su discurso.

Pero esta posición en nada garantiza que el tabasqueño esté convencido de modificar sus estrategias y objetivos. Eso es lo delicado.
Hasta horas antes del encuentro en la ciudad de Guadalajara, el segundo en las encuestas se había mostrado como el guerrero nato, el que descalifica sin medida y odia con pasión. Personaje para quien la arenga y la incitación son su gusto, su deleite, su excitación.

Después de su fugaz papel de candidato amoroso, querendón e indulgente, que con gran esfuerzo mantuvo al inicio de las campañas, su costumbre lo hizo volver  a su tradicional rol de víctima de los que tienen el poder, de los que lo tuvieron y de los que lo tendrán -en caso de no ganar-; y de mártir de los medios de comunicación señalados como los aliados de sus enemigos; que lo mal informan, que mal interpretan lo que dice y que ocultan lo que quiso decir.
Por eso debe verse con extremo cuidado la actitud que El Peje pudiera tomar en la parte post electoral. Las sospechas adquieren relevancia por la permanente descalificación a las instituciones electorales, en caso que los resultados no le fueran favorables. Esto, pegado a las movilizaciones juveniles que están llevando a cabo partidos de izquierda, podría ser la chispa que incendie los secos pastizales políticos.

El comportamiento de Andrés Manuel en el evento de la ciudad tapatía, pone a la vista la ligereza con la que modifica sus convicciones. Cambia de ideas como cambiar de acera. Así lo ha demostrado por años. Eso puede traer consecuencias para la marcha normal del tiempo de México.
Por cierto, qué desatinada y poco afortunada la parodia que hizo Josefina Vázquez Mota a las mujeres, cuando al inicio de su intervención cambió de género a sus compañeros candidatos, en un ejercicio imaginario de cómo los hubiera visto si hubiesen sido mujeres. Y así los fue describiendo.

Definitivamente no fue su noche. Acusó a Andrés Manuel de actividades priistas cuando apenas tenía ¡15 años! Las cuentas de las fechas las hizo en base a la apariencia física del tabasqueño, y no por su edad real. Quedó exhibida como desinformada.
En posición guerrera la candidata barrió parejo. Solo Quadri (a quien con intención o por equivocación llamó “cuadro”) y Enrique, contestaron la agresión. Andrés Manuel, por convicción o por estrategia, contuvo la respuesta, “aguantó vara”

Enrique Peña Nieto administró su distancia de puntero, y con eso salió adelante. Si, es cierto, en momentos se le vio un poco nervioso ante los ataques de la panista.

Y Quadri, de nueva cuenta aprovechó su cómoda posición de colero, solo que en esta ocasión fue hostigante.
Con escaso tacto académico (porque político dice no ser), recurrentemente intentó arrebatarle a Javier Solórzano la encomienda de moderador, y preguntó cuantas veces quiso.

Todo esto ocurría dentro. Fuera, como los cadáveres que a los 3 días flotan en el río, así emergía la verdad sobre el nacimiento del movimiento “Yo soy 132”. Resulta que la mamá de una de las estudiantes de la Ibero, ha mantenido una comprometida cercanía con el de Macuspana, Tabasco.
El papá de otro de los chicos del mencionado movimiento, cuenta con la promesa de ser el próximo Secretario de Turismo si Los Pinos se pintan de amarillo.

Verdaderamente lamentable que el movimiento esperanzador, haya sido movido por sutiles manos con intereses meramente políticos.
Todos en México estarán tranquilos con los resultados del día 2?

martes, 5 de junio de 2012

CONDENA O GLORIA

A pocas semanas de la culminación de la contienda electoral  por la Presidencia de México, la más aguerrida jamás vista en la reciente época, se mueve a través de una atmósfera de fuegos fatuos.

La naranja política está dividida en gajos. La intensidad del debate continúa en ascenso. Algunos  periodistas han tomado partido –más bien candidato-, y sus comentarios son matizados con los colores de sus compromisos.
Sin embargo, algunos analistas están centrando su atención -con más interés en la medida que se acerca la fecha- en la persona del aún presidente de los mexicanos, Felipe Calderón Hinojosa, particularmente porque no se sabe si retoma su posición de árbitro, de mediador, de velador de los intereses de los mexicanos; o continúa como el dirigente número uno del partido que lo llevó a ocupar el puesto más elevado que existe en el País.

No hay duda de que Calderón es el mandatario que más intensamente ha vivido su ejercicio de poder. Pero también es oportuno reconocer que de todos es quien ha mantenido mayor intromisión en el proceso electoral, incluso, más que su antecesor Vicente Fox, a quien en su momento el propio Calderón criticó por rebasar los límites de la prudencia política, y poner bajo riesgo los cauces de la vida democrática.
Obstinado en sus propósitos sucesorios, Felipe Calderón tomó partido para favorecer a su candidata doña Josefina Vázquez Mota. Parecía muy empeñado en hacerla triunfar por cualquier medio a su alcance y a cualquier costo. Hasta hace tres meses, a muchos asustaba pensar que el Presidente abrazara con pasión esa idea.

Otros se preguntaban lo que podría ocurrir si Calderón se enfrentara a una realidad que se hundiera sin remedio en el escenario político.
¿Cómo reaccionaría –decían los más- si su candidata redujera sus posibilidades de triunfo?

Si bien es cierto que aún no debe utilizarse el pretérito, a esta hora de la batalla por la gran silla todo el mundo coincide en un detalle que ha marcado a la contienda electoral: por los sondeos, doña Josefina camina en el sentido de la derrota; excepto que ocurriera algo inesperado o, de plano, un verdadero milagro.
Los propios panistas en voz baja reconocen que el desánimo que campea al interior del equipo. De lo contrario, ninguno de los señorones que llegaron para arroparla se hubiera apartado de su lado. Sin embargo, se fueron.

Por eso crecen las incógnitas de lo que el Presidente Calderón, en la soledad de su escritorio, pudiera estar planeando. Aunque públicamente ha externado su posición imparcial y se ha declarado demócrata, son inocultables sus sentimientos en contra del partido que representa la parte más intensa de sus fobias, o del personaje que más insultos le ha espetado a lengua suelta.
La constitución General de la República marca la conclusión de su mandato. El fin del actual sexenio se acerca a pasos agigantados.

El Presidente Felipe Calderón tendrá que entregar la plaza sin resistencia y sin sobresaltos. Su condición de demócrata -como se declaró-, así lo obliga. Además, así lo reclaman todos los mexicanos.
Pero si los acontecimientos se precipitan, si Calderón Hinojosa adopta otras actitudes que no sean las que legalmente corresponde a su condición de mandatario, el país entero podría estar experimentando una realidad dramática, como en los peores momentos de su historia.

Un presidente de la República no tiene por qué apostar a la suerte. El jefe de las instituciones debe tener a su alcance las más sofisticadas herramientas para la mejor toma de decisiones. El panista debe contar con la mejor información, con los mejores analistas y con los más calificados estrategas. Sin embargo, por los hechos, hasta pareciera que estos instrumentos del poder, permanecen en alguna bodega de Los Pinos.
Felipe Calderón Hinojosa debe recuperar su mirada clarividente. Jugar a las atinadas no es lo más recomendable.

Le apostó sin reservas a su hermana Luisa María, que compitió por la gubernatura de Michoacán, y perdió. Sus argumentos para justificar la derrota no fueron los del ciudadano que detenta el máximo poder. Más bien parecían una infortunada copia de las arengas que contra él utilizó López Obrador. Ninguna necesidad había para comprometer, en una elección estatal, su imagen de presidente de todos los mexicanos.
Todos los sondeos de opinión coinciden en que con doña Josefina ocurrirá algo similar: el PAN, su partido, volvería a padecer la amarga derrota.

Los asesores del Presidente, en lugar de hablarle con la verdad, continúan colmándolo de halagos que confunden y provocan tropiezos.
Por la situación política tan confusa, crecen las dudas sobre la actitud del IFE y los tribunales electorales. No se sabe si cedan ante la presión presidencial o pasen a la historia como los garantes del proceso electoral más reñido de los tiempos modernos.
Sin embargo, todavía es tiempo de que Calderón pase a la historia como el gran demócrata tan solo con dos acciones: alejar sus manos del proceso electoral y guardar sus fobias en el baúl de los recuerdos.