La ofensiva verbal de las voces azules, rojas o amarillas, está pasando de
las palabras a las manos, y eso es muy peligroso. Las bocas se están abriendo
solas, sin control, y los puños parecen listos para asestarlos a los contrarios.
Las cosas están subiendo de tono. La caldera se está calentando demasiado. Echarle
agua al aceite hirviendo puede provocar quemaduras de tercer grado.
Cualquiera, así mire de soslayo los asuntos electorales, puede advertir que
los niveles de agresividad en la competencia por el puesto más grande del país,
de continuar creciendo podrían descarrilar el proceso electoral.
Mientras existan competidores aferrados a la repugnante estrategia de ganar
a cualquier costo, el país estará al borde del síncope social.
En lugar de atemperar los ánimos de los mexicanos, hay políticos que
irresponsablemente insisten en meter –forzadamente- la contienda electoral a
las galerías subterráneas de la política.
Grave que personajes falsificados hayan aceptado la tenebrosa encomienda de
diseñar las campañas negras, cuyo límite es la imaginación misma.
Lamentable que las redes sociales se utilicen para enviar historias cruentas de los aspirantes a la silla del águila, en
lugar de hablar en positivo de los problemas nacionales.
Y por si no fuera suficiente, los que hacen los discursos -como contratados
a destajo-, los están escribiendo más emotivos pero más inflamados de coraje,
de odio y altamente insultantes. Lugar
aparte merecen las estériles letanías y las denostaciones nauseabundas, en voz
de protagonistas movidos por sus demonios.
Los que no se miden son algunos atrevidos que andan diciendo que la PGR quisiera
registrar representantes ante el IFE… ¡y con voz y voto!.
Nerviosismo, desesperación, nostalgia y denuesto, son la constante que prevalece
en el ambiente de las campañas. Unos, adelantando la nostálgica melancolía que
otorga el poder omnímodo; otros, deseando se modifique el refrán para que “la
vencida” sea en la segunda y no a la tercera; otros más, preocupados por
encontrar un refugio blindado que los proteja de la metralla acusatoria.
El cuarto equipo -el más relajado, el que de veras disfruta la campaña-, también
está muy ocupado… pero en encontrarle la Quadritura al círculo de la política.
Sin embargo, hay un elemento que es conveniente observar de cerca: la
marcha de los estudiantes de la Ibero -y las posteriores réplicas-, efectuadas hace
pocos días.
Esta inusual decisión de alumnos generada en una universidad privada, no
debe soslayarse.
Gobiernos y partidos deben redimensionar estas nuevas formas de expresión
social, a fin de prever alguna chispa que incendie los pastizales políticos.
Esa caminata de los dos grupos de universitarios, cuyo destino final primero
fueron las instalaciones de una televisora, debe verse con lupa. Puede tratarse
de la punta del Iceberg de un problema recóndito, cuyos efectos pudieran
depositarse en la urna electoral.
De cualquier manera, no estaría nada mal que este asunto reúna a los
meros-meros de los cuarteles de los candidatos, para dialogar la posibilidad de
incluir urgentemente los temas juveniles en las agendas proselitistas.
La presente contienda electoral ni duda cabe que es atípica. Lo delicado
son los matices que está adquiriendo el fragor de las campañas.
Una de las particularidades que la hace diferente a las anteriores del
México moderno, es el empeño de derribar al contrario pero utilizando cualquier
medio a su alcance, sin medir las consecuencias; hasta el extremo de marcar con
hierro candente la frente del contrario.
La agresividad -nunca antes observada-, está pasando a los golpes. La
violencia es ya un tema recurrente en los mítines y grandes concentraciones. Las
acusaciones son mutuas: unos acusan a los otros de intolerantes, y estos a
aquellos de provocadores.
Lo que sea, pero ya ha habido casos de auténticos zafarranchos.
Mientras tanto, la figura agigantada del árbitro electoral pareciera empequeñecerse.
Los partidos políticos publicitan ofensas, denostaciones y todo aquello que abona
la guerra sucia, y el IFE -más preocupado por inculpar al que coció el vestido
de la edecán, por no aplicar toda la tela-, permanece en la fila de los
espectadores, al margen de lo que ocurre a su alrededor.
Otras figuras que también participan como protagonistas en la misma
película, - sin tener la intención- también contribuyen al enrarecimiento del
clima electoral, son los empresarios encuestólogos.
Si bien es cierto que se trata de particulares que venden –y muy bien- sus
servicios, y que hasta ahí pudiera quedar su responsabilidad, es muy necesario -por
la polémica nacional que desatan los resultados de sus sondeos-; que contraigan
la responsabilidad de ofrecer explicaciones más detalladas sobre la operación y
la interpretación de los resultados, para dispersar dudas.
Hablan mucho, pero todavía en sus charlas se ve que el producto final es la
satisfacción del cliente, y este, no necesariamente es el votante.
laraplatasangel@gmail.com
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