Enrique Peña Nieto cargó con el pecado de ser el guapo del grupo de los
competidores por la silla más alta del país.
Sin embargo, aguantó estoico todo tipo de proyectiles y dardos –algunos
envenenados-.
A veces incólume, otras un poco perturbado, pero con movimientos precisos
supo esquivar todo tipo de calificativos.
Durante las campañas, que en la medida de su avance se tornaron atípicas,
corrió mucha tinta azul y amarilla para tratar de persuadir a un electorado que
desde el inicio ya tenía definido su voto.
Por primera vez en la historia moderna de los procesos electorales en
México, la ciudadanía, con toda anticipación, había escogido al candidato que
debía pagar los platos rotos de la fiesta sexenal. Por eso, el voto llamado “de
castigo” siempre tuvo nombre y apellido. También, desde el principio quedó
claro a cual candidato debían otorgarle el voto de confianza.
Las empresas encuestadoras desde marzo hicieron su agosto. Dejaron
satisfechos a sus clientes. Presentaron las graficas en los tamaños que cada
quien quería para su ego. Sin embargo, las más serias coincidieron en sus
resultados de principio a fin. Pero ninguna -buenas o malas-, colocó al
mexiquense en otro lugar diferente al primero.
La crítica fue demasiado severa con los candidatos pero particularmente con
el puntero. Los opositores y algunos que se ostentan como pensadores y
analistas políticos, no cejaron en su empeño de dar puntapiés en las espinillas
del priista. El golpeteo fue repetitivo e inmisericorde.
Aunque el ahora presidente electo parecía que sería doblegado por el quinto
contendiente, la decisión de mantener actitud serena ante los embates que
provenían de la casa real de la calle Constituyentes, generó la confianza de
una sociedad harta de la violencia y la inseguridad.
La gente votó por el más templado. Se decidió por la imagen que ofrecía más
confianza y más prudencia.
En otra lectura de los resultados electorales, además del voto a los
partidos y candidatos, claramente se puede observar que los votantes también
calificaron el trabajo del gobierno federal y, por supuesto, de quien lo
encabeza. Podría hablarse, incluso, que
muchos mexicanos le dieron a su voto cierto carácter de referéndum.
Las líneas discursivas que cada uno de los candidatos empleó durante las
campañas, fue definitoria para los resultados. El discurso de Peña Nieto fue de
corte pacifista, sin sobresaltos ni rispideces. Evitó la confrontación con sus
adversarios y, en algunos casos, hasta caballeroso se portó con sus atacantes.
Un hecho que marcó las campañas, dicho sea sin titubeos, fue la aparición
del movimiento estudiantil Yo Soy 132. Primeramente atrajo la atención de
quienes reconocían que la espontanea actitud de los estudiantes de la Ibero,
era el resultado del olvido en que a la juventud toda tenía el gobierno y los
partidos políticos. Nadie tenía el derecho de sospechar que se tratara de
alguna manipulación política. Quienes lo hicieron, fueron llevados al banquillo
de los acusados.
Las cosas cambiaron cuando empezaron a aparecer cifras, datos y apellidos
de los involucrados en el prometedor movimiento estudiantil.
Por ejemplo, de los más de 17 mil jóvenes que estudian en la Universidad
Iberoamericana, el 15 por ciento está becado por el gobierno del Distrito
Federal que comanda el perredista Marcelo Ebrard. Mayores son los porcentajes
de beneficiados con esta prestación social en la UNAM y en otras universidades
del Valle de México.
Aparte del compromiso de gratitud de los becarios para con el jefe del
gobierno defeño (motivo suficiente para apoyar cualquier proyecto, incluso
político), se han puesto al descubierto relaciones de familiares de algunos
líderes del movimiento Yo Soy 132 y Andrés Manuel López Obrador.
El oportuno deslinde de los estudiantes idealistas del Yo Soy 132, después
de descubrir los intentos de manipulación por intereses contrarios al ex
gobernador, la campaña del priista vuelve a su cauce normal. Solo prevalecieron
las agresiones de grupos impulsados por las izquierdas, que finalmente no
consiguieron su propósito de descarrilar la campaña tricolor.
Después de haber alcanzado el triunfo, Peña prepara el instrumental para la
“operación cicatriz”. Sabe que una abultada bolsa con votos azules y amarillos
finalmente fueron depositados a su favor.
No es albañil, pero urge la reconstrucción del país.laraplatasangel@gmail.com
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