La naranja política está dividida en gajos. La intensidad del debate
continúa en ascenso. Algunos periodistas
han tomado partido –más bien candidato-, y sus comentarios son matizados con los
colores de sus compromisos.
Sin embargo, algunos analistas están centrando su atención -con más interés
en la medida que se acerca la fecha- en la persona del aún presidente de los
mexicanos, Felipe Calderón Hinojosa, particularmente porque no se sabe si
retoma su posición de árbitro, de mediador, de velador de los intereses de los
mexicanos; o continúa como el dirigente número uno del partido que lo llevó a
ocupar el puesto más elevado que existe en el País.
No hay duda de que Calderón es el mandatario que más intensamente ha vivido
su ejercicio de poder. Pero también es oportuno reconocer que de todos es quien
ha mantenido mayor intromisión en el proceso electoral, incluso, más que su
antecesor Vicente Fox, a quien en su momento el propio Calderón criticó por
rebasar los límites de la prudencia política, y poner bajo riesgo los cauces de
la vida democrática.
Obstinado en sus propósitos sucesorios, Felipe Calderón tomó partido para
favorecer a su candidata doña Josefina Vázquez Mota. Parecía muy empeñado en
hacerla triunfar por cualquier medio a su alcance y a cualquier costo. Hasta
hace tres meses, a muchos asustaba pensar que el Presidente abrazara con pasión
esa idea.
Otros se preguntaban lo que podría ocurrir si Calderón se enfrentara a una
realidad que se hundiera sin remedio en el escenario político.
¿Cómo reaccionaría –decían los más- si su candidata redujera sus
posibilidades de triunfo?
Si bien es cierto que aún no debe utilizarse el pretérito, a esta hora de
la batalla por la gran silla todo el mundo coincide en un detalle que ha marcado
a la contienda electoral: por los sondeos, doña Josefina camina en el sentido
de la derrota; excepto que ocurriera algo inesperado o, de plano, un verdadero
milagro.
Los propios panistas en voz baja reconocen que el desánimo que campea al
interior del equipo. De lo contrario, ninguno de los señorones que llegaron
para arroparla se hubiera apartado de su lado. Sin embargo, se fueron.
Por eso crecen las incógnitas de lo que el Presidente Calderón, en la
soledad de su escritorio, pudiera estar planeando. Aunque públicamente ha
externado su posición imparcial y se ha declarado demócrata, son inocultables sus
sentimientos en contra del partido que representa la parte más intensa de sus
fobias, o del personaje que más insultos le ha espetado a lengua suelta.
La constitución General de la República marca la conclusión de su mandato.
El fin del actual sexenio se acerca a pasos agigantados.
El Presidente Felipe Calderón tendrá que entregar la plaza sin resistencia
y sin sobresaltos. Su condición de demócrata -como se declaró-, así lo obliga. Además,
así lo reclaman todos los mexicanos.
Pero si los acontecimientos se precipitan, si Calderón Hinojosa adopta
otras actitudes que no sean las que legalmente corresponde a su condición de
mandatario, el país entero podría estar experimentando una realidad dramática,
como en los peores momentos de su historia.
Un presidente de la República no tiene por qué apostar a la suerte. El jefe
de las instituciones debe tener a su alcance las más sofisticadas herramientas
para la mejor toma de decisiones. El panista debe contar con la mejor
información, con los mejores analistas y con los más calificados estrategas.
Sin embargo, por los hechos, hasta pareciera que estos instrumentos del poder,
permanecen en alguna bodega de Los Pinos.
Felipe Calderón Hinojosa debe recuperar su mirada clarividente. Jugar a las
atinadas no es lo más recomendable.
Le apostó sin reservas a su hermana Luisa María, que compitió por la
gubernatura de Michoacán, y perdió. Sus argumentos para justificar la derrota
no fueron los del ciudadano que detenta el máximo poder. Más bien parecían una
infortunada copia de las arengas que contra él utilizó López Obrador. Ninguna
necesidad había para comprometer, en una elección estatal, su imagen de presidente
de todos los mexicanos.
Todos los sondeos de opinión coinciden en que con doña Josefina ocurrirá
algo similar: el PAN, su partido, volvería a padecer la amarga derrota.
Los asesores del Presidente, en lugar de hablarle con la verdad, continúan
colmándolo de halagos que confunden y provocan tropiezos.
Por la situación política tan confusa, crecen las dudas sobre la actitud
del IFE y los tribunales electorales. No se sabe si cedan ante la presión
presidencial o pasen a la historia como los garantes del proceso electoral más
reñido de los tiempos modernos.Sin embargo, todavía es tiempo de que Calderón pase a la historia como el gran demócrata tan solo con dos acciones: alejar sus manos del proceso electoral y guardar sus fobias en el baúl de los recuerdos.
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