Aunque el movimiento Yo Soy 132, perdió su pureza
como manifestación espontanea de un grupo de jóvenes que exigían ser escuchados
y tomados en cuenta, bien vale la pena retroceder 50 años en la historia de México y observar
qué fue lo que pasó con los jóvenes de ese entonces.
En la década de 1960 empezó a
perderse la vida rural al estilo tradicional. En las urbes, sobre todo en la
creciente ciudad de México, cobraba fuerza la influencia de Estados Unidos. A
finales de la década, la moda femenina importa la minifalda arriba de la
rodilla y entallada. Los tacones eran altos y afilados y, en la playa,
imperaban los bikinis.
Los hombres llevaban pantalones
angostos y sin pliegue, de talle bajo, y sacos abiertos de uno o dos botones.
Las corbatas se hicieron angostas y las hombreras dejaron de usarse. La Capital
se había convertido en una ciudad cosmopolita y empezaban a concentrarse en
ella los centros educativos, culturales y de recreación más importantes del
país.
Sobrevino la época del amor libre
y de los anticonceptivos: había llegado la revolución sexual.
El cambio social en la tradición
de la familia mexicana también se reflejó en la personalidad del individuo. Los
portavoces del cambio fueron los jóvenes y ese cambio también se dio en la
literatura. En contacto con las clases sociales más desposeídas de Estados
Unidos, los jóvenes querían escribir y a veces se movían en el mundo del hampa,
con visitas a las cárceles y a los hospitales psiquiátricos.
Con tales vivencias, construyeron
una literatura de características peculiares: percibían que la concepción del
mundo estaba cambiando y, en consecuencia, las metas de la vida, los valores y
las costumbres tradicionales ya no correspondían a la realidad.
Los jóvenes mexicanos, sobre todo
los de la clase media, intentaron conservar lo que creían que era su patrimonio
cultural. Asó, los escritores trataron de rescatar el lenguaje coloquial
popular, en el que se expresaban las capas más bajas de la sociedad.
El intento cristalizó en algunas
obras de trascendencia, surgidas en el contexto del fenómeno social de “la
onda”. Era el tiempo del rock and roll y
la marihuana, y los jóvenes buscaban “alivianarse” y “agarrar la onda”.
Expresiones como “¡qué mala onda!”, “¡qué onda tan padre!” o “es un chavo de
onda” constituían el léxico juvenil.
Por lo mismo, se llamó
“literatura de la onda” a la producción de los escritores veinteañeros que
brindaban a los lectores de su misma generación obras de lenguaje popular y
otros símbolos accesibles con los cuales se identificaban. A la vez, nació un
público lector.
Los jóvenes escritores de “la
onda”, de vida temeraria y en muchas ocasiones difícil, construyeron mediante
la “norteamericanización” y el delirio por el rock y la marihuana una escritura que perseguía la liberación; a
través de la evasión y la sinrazón trataron de vislumbrar una sociedad
distinta.
Acaso estuvieran equivocados,
pero su obra evidenció la descomposición de una sociedad autoritaria y
represora, en ocasiones hipócrita, ciega y sorda a las necesidades de la adolescencia.
Por primera vez, los jóvenes tuvieron acceso a la palabra y se dejaron oír. El
desafío fue tan grande que la sociedad se vio obligada a cambiar.
En aquella época, se publicó un
libro que fue todo un escándalo nacional. El antropólogo estadounidense Oscar
Lewis, en investigación de campo, convivió con una familia mexicana de escasos
recursos que había dejado Tepoztlán, Morelos, para mejorar su condición
económica; sus miembros, como tantos otros campesinos, habían emigrado a la
Capital.
Ayudado por la clásica grabadora,
Lewis reunió material informativo acerca de las actitudes, valores, intereses y
modos de vida de los habitantes del capitalino barrio de Tepito. Integró la
investigación en el libro Los hijos de Sánchez,
que se convirtió en emblema de la “cultura de la pobreza”, en la cual se
englobaba, según Lewis, la cultura mexicana.
La Sociedad Mexicana de Geografía
y Estadística manifestó su desacuerdo, pues consideraba que el libro
distorsionaba la realidad nacional. Se planteó un juicio contra la obra,
publicada por el Fondo de Cultura Económica.
En abril de 1965, la obra fue
acusada de ser obscena y denigrante para la sociedad. Sin embargo, algunos
intelectuales mexicanos defendieron la importancia del trabajo antropológico;
eso aunado a la excelente comercialización del libro, lograron que la demanda
fuera improcedente.
En esos años Gustavo Sainz
publicó Gazapo , José Agustín De perfil, Eduardo Lizalde Cada cosa es Babel y José Emilio Pacheco El reposo del fuego, obras todas de jóvenes visionarios,
contestatarios, opuestos a la represión social, intelectual, espiritual o
sexual.
José Agustín y Parménides García Saldaña,
decidieron convivir muy de cerca con las clases marginadas de aquella época,
para empaparse de aquellas vivencias que luego traspusieron a su literatura.
Habría que hallar semejanzas o
discordancias.
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